Hace poco menos de un mes se celebró una conferencia, dentro de un Congreso de Inteligencia Emocional, que analizaba la capacidad de los trabajadores para afrontar situaciones negativas en su trabajo y, en concreto, como el perfil sociosanitario afrontaba la situación de “estar quemado”, también llamada burnout. La exposición de la ponente invitaba a reflexionar sobre cómo se vive, emocionalmente, el día a día en el trabajo. Las vivencias en el entorno laboral tienen un efecto en los sentimientos y emociones que nos guían hacía estados anímicos que suponen implicaciones directas en la motivación y la productividad. Esta situación obliga a revisar el concepto del burnout, pero también el del boreout, conceptos que justifican el bajo rendimiento de un trabajador en la empresa.
El burnout es la sensación de estar quemados y se traduce en estados de cansancio, ineficacia, desmotivación, negatividad, empobrecimiento emocional y reducción de las relaciones sociales con los compañeros de trabajo. Surge de un ritmo laboral inadecuado, la falta de retos motivadores, la falta de equilibrio entre lo que se cobra y lo que se trabaja, y situaciones de tensión y estrés muy elevadas y continuadas que no se canalizan de forma adecuada. En consecuencia, nuestra actitud en la empresa evoluciona al negativismo y la apatía hacia las tareas a realizar. Esta situación genera una mala experiencia en el trabajo, la insatisfacción en el día a día, el empeoramiento de la relación entre compañeros y superiores, y un bajo compromiso con la naturaleza de la tarea que se realiza. Simple y llanamente, no estar a gusto en el trabajo genera consecuencias negativas para uno mismo y nos desapega con la organización para la que trabajamos.
Revisar el burnout recuerda otro concepto, denominado boreout. Esta teoría, mucho menos extendida en el mundo laboral, se basa en una situación presente, realmente, en muchos trabajadores y que se confunde con estar quemado. Se trata de aburrirse en el trabajo por falta de motivación, por realizar tareas monótonas, demasiado sencillas para la formación que uno puede tener, o actividades que pueden realizarse en un plazo de tiempo menor al previsto y que dejan largos períodos de inactividad en la jornada laboral. Estas situaciones nacen de una errónea planificación en la selección de personal para ese puesto de trabajo o de una mala organización de las tareas y los tiempos de trabajo. En consecuencia, el grado de atención en el trabajo disminuye la calidad de lo realizado, con un efecto claramente negativo en la empresa, y lleva, por ejemplo, a incrementar las visitas al correo personal, Facebook o diarios digitales en horas de trabajo.
Ambos conceptos generan una desafección con la empresa que evoca a no dar el máximo en las tareas que se realizan, ya sea por estar quemado o por estar aburrido. En cualquier caso, uno debe ser consciente cuando su posición emocional en la empresa evoluciona por caminos que no se desean. Detectar estas situaciones habla de nuestro autoconocimiento personal y laboral, pues será el momento de replantearse nuestra situación, decidir si trabajar para equilibrar nuestras emociones y afrontar con otra actitud el trabajo o decidir buscar un nuevo reto profesional.