A menudo, las profesoras y profesores del curso de Acceso a la Universidad para mayores de 25 años nos encontramos con un alumnado que está firmemente convencido de que escoger la asignatura de Historia como específica les va a suponer horas y horas de memorización: montañas de fechas, nombres y acontecimientos que sólo se “fijarán” en su mente tras un enorme esfuerzo. Y esto, en muchas ocasiones, les disuade de matricularse en ella.
Pero lo cierto es que, aunque obviamente es necesario recordar datos en una asignatura como ésta -que precisamente consiste en guardar “la memoria” de la humanidad- ésta no es ni mucho menos la principal habilidad que hay que usar para poder entenderla y superar el examen con éxito. Y hay buenas noticias: cualquier persona puede poseer las habilidades que verdaderamente importan.
Entre las herramientas que nos facilitan el estudio de la Historia -y también de la Historia del Arte- están el sentido común, el conocimiento del mundo actual y la capacidad para ver la relación causa-consecuencia que existe entre la mayoría de los acontecimientos de la vida de los seres humanos. La Historia no es en absoluto una sucesión de hechos aislados sin relación entre sí. La última noticia que hayas escuchado hoy en la radio o leído en Internet es una consecuencia, remota, quizás, pero consecuencia, al fin y al cabo, de la Revolución Neolítica: si los seres humanos no hubiéramos descubierto la relación entre la semilla y el fruto y hubiéramos empezado a plantar; si no nos hubiéramos hecho sedentarios para poder cuidar de esas semillas y esas tierras; si no hubiéramos experimentado entonces un fuerte sentido de la propiedad… no existiría el sistema económico en el que vivimos, que estaréis de acuerdo conmigo en que es una fuente inagotable de noticias de actualidad.
La Historia está hecha de causas y de consecuencias y, además, tiene un cierto ritmo. Si observáis una línea del tiempo y veis los principales acontecimientos que se han dado en cada época, veréis que la trayectoria de nuestra especie tiene un cierto movimiento de péndulo: al control milimétrico del Imperio Romano sigue el caos de la primera etapa de la Edad Media; a la oscuridad, la exageración y la superstición del siglo XVII sigue el pensamiento racional y el empirismo del XVIII. Nos movemos entre extremos, y somos más previsibles de lo que parece.
Revisa por un momento las noticias de los últimos años, o incluso de los últimos meses, y verás como en ellas vive todavía, y con fuerza, la influencia de hechos pasados, a veces remotos. Muchos de los enfrentamientos más sangrientos que se han dado en África durante el siglo XX y XXI son una consecuencia de su colonización por parte de las metrópolis europeas durante el siglo XIX. La Primavera árabe o el movimiento del 15M tienen su inspiración en la Revolución Francesa. La sorpresa y la expectación que causó la reciente visita del Papa Francisco a Cuba está directamente relacionada con las consecuencias de la II Guerra Mundial y la Guerra Fría… y así podríamos seguir dando ejemplos indefinidamente.
Si cuando lees un libro de Historia no te dedicas únicamente a almacenar datos, sino que eres consciente de que cada hecho que estás leyendo está relacionado con el anterior y el posterior, si eres capaz de ver “la novela” que hay detrás de cada batalla, la historia de sentimientos y emociones que hay en cada invasión; en definitiva, si puedes seguir el hilo que une a todo lo que nos ha pasado como especie desde que estamos en este planeta, verás que el argumento de esta materia puede ser tan apasionante como el de tu serie preferida… y también igual de fácil de recordar.
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